¡Nos gusta leer!

¡Nos gusta leer!
La lectura desarrolla nuestra imaginación.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Gulliver de Jonathan Swift

Me llamo Gulliver. Soy médico. Hace mucho tiempo, me enrolé en un buque de vela que salía de Inglaterra hacia los mares del Sur. Navegamos durante muchas semanas. Yo cuidaba a los marinos herido o enfermos. Navegamos cerca de Tasmania, que está al sur de Australia. un día, se nos echó encima una terrible tempestad. La tormenta lanzó al buque contra una roca. El navío se partió en dos y se hundió bajo las olas. Logré subir al bote salvavidas con cinco marineros. Nos alejamos de la roca hacia aguas profundas. El viento y las olas vocaron la embarcación. Todos fuimos lanzados al mar. Fui separado de los otros. Nadé durante largo tiempo sin saber dónde me hallaba. El mar era tan profundo que temí que me ahogaría. Después mis pies rozaron el fondo. El agua aquí era poco profunda. Valdeé cerca de una milla antes de llegar a la costa. Para entonces el mar estaba más tranquilo y la tormenta casi se había aplacado. Cuando llegué a la orilla, el sol se estaba poniendo. Me hallaba completamente solo en una playa desierta. Mi hambre aumentaba y necesitaba dormir. De modo que avancé tierra adentro para ver si podía encontrar a algún habitante de la isla. Esperaba que me ayudarían brindándome comida y techo. Pero no descubría gente ni casas. Estaba hambriento y cansado de nadar y caminar. Llegué a un paraje cubierto por una hierba corta y suave. Me sentía cansado, así que decidí dormir allí en vez de seguir caminando. Cerré los ojos y pronto caí en un profundo sueño. Dormí toda la noche. La mañana siguiente me desperté en el momento en que el sol salía. Estaba tendido de espaldas a la hierba en el sitio de anoche. Traté de levantarme pero no podía moverme. Me había atado los brazos y piernas al suelo. No podía alzar la cabeza porque mis cabellos estaban sujetos. Sentí muchas cuerdas pequeñas que cruzaban mi cuerpo de uno a otro lado. Sólo podía mirar hacia arriba. El sol me deslumbraba. Oía ruidos alrededor. Algo se movía por mi pierna. Cuando bajé la mirada, no pude creer lo que veía. ¡Era una persona diminuta, que no alcanzaba las seis pulgadas de estatura! Un gran número de pequeñas gentes no tardaron en reunirse con el primero sobre mi pecho. Hablaban en otro idioma pero estaba seguro que hablaban de mi. Tenía mucha hambre. Liberé mi brazo izquierdo. Señalé mi bocas para indicarles que deseaba comer. Me trajeron hogazas de pan. Los barriles de vino que me dieron eran tan pequeños que me bebí dos rápidamente. Fabricaron un carro lo bastante grande para llevarme. Fui izado al carro con cuerdas y poleas. Luego me condujeron a su mayor ciudad. Aprendí pronto la lengua. Averigué que su país se llamaba Liliput. Porque era mucho más grande que ellos, me llamaban Hombre-Montaña. Les ayudé con la equitación, a la cual eran muy aficionados y gracias a ello, el emperador, complacido, ordenó que me liberaran. un día supe que un ejército de un isla cercana planeaba invadir Liliput. Los pueblos de estos dos países estaban en guerra desde hacía tres año. Peleaban por decidir si los huevos debían romperse por el extremo grande o por el pequeño. En la isla de Blefuscu se había reunido una gran flota de naves de guerra a la orilla opuesta del canal frente a Liliput. El emperador de Liliput me pidió por favor que interviniera para detener la invasión. Espié las naves de Blefescu medainte telescopio. Había muchos buques, pero todos eran muy pequeños. Se me ocurrió un plan que pensé tendría éxito. Hice que los obreros del emperador me fabricaran varios cables y barras de hierro. Até los cables a las barras de hierro y las doblé en forma de ganchos. Cuando subió la marea me acerqué vadeando a las naves de guerra. Los diminutos soldados y marineros de Blefuscu se asustaron ante mi tamaño. Cuando me vieron, saltaron de sus barcos y nadaron hacia la orilla. Fijé un gancho a la proa de cada nave. Sostuve los cables atados a los ganchos. Cuando bajó la marea, vadeé de regreso por el canal, tirando de los barcos de guerra hacia Liliput. Blefescu ya no tenía flota de guerra. El emperador de Liliput se puso tan contento que hizo las paces con Blefescu. Yo fui a visitar esa hermosa ciudad y encontré un bote salvavidas de tamaño normal, lo cual me daba la oportunidad de regresar a casa. Como tenía algunos fallos, reparé la embarcación y salí a navegar en busca de mi hogar. Un buque que pasaba descubrió mi bote salvavidas y me llevaron de vuelta a casa, Inglaterra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario